viernes, 20 de noviembre de 2020

San Cirilo de Jerusalén. Suprime de tu pensamiento toda preocupación humana

San Cirilo de Jerusalén. Fragmento de la catequesis 1. Invitación al bautismo 5:

"El tiempo presente es tiempo de confesión. Confiesa todo lo que hiciste, de palabra o de obra, tanto de noche como de día. Reconócelo en el tiempo aceptable, y recibe el tesoro celestial en el día de la salvación (cf. 2 Cor 6,12). (...) Suprime de tu pensamiento toda preocupación humana, pues se trata de una carrera con tu propia alma. Abandona completamente lo que es del mundo. Pues se trata de cosas pequeñas; en cambio, son grandes los dones del Señor. Abandona lo que tienes delante y ten fe en lo que ha de venir. Tantos años has vivido inúltilmente en la órbita del mundo. ¿No te dedicarás durante cuarenta días a la oración por tu alma? «Rendíos y reconoced que yo soy Dios», dice la Escritura (Sal 46,11). 


 

Deja de hablar muchas cosas inútiles y deja de murmurar o de escuchar con agrado a quien murmura. Manifiéstate más bien pronto y dispuesto a la súplica. Muestra, por la práctica de una vida más austera, la fortaleza y los nervios de tu alma. Limpia tu copa (cf. Mt 23, 26) para que quepa en ella una gracia más abundante; pues el perdón de los pecados se da a todos por igual pero la comunión del Espíritu Santo se concede según la medida de la fe de cada uno (Rm 12,6). Si poco trabajas, recibirás poco; pero si haces mucho, mucha será tu paga. Corres para ti mismo, mira tu propia conveniencia".

jueves, 19 de noviembre de 2020

San Agustín. Las dos ciudades

San Agustín. La Ciudad de Dios 14,28

Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria; ésta dice a su Dios: Gloria mía, Tú mantienes alta mi cabeza (Salmos 3,4). La primera está dominada por la ambición de dominio en sus príncipes o en las naciones que somete; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad los superiores mandando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en los potentados; ésta le dice a su Dios: Yo te amo, Señor; Tú eres mi fortaleza (Salmos, 17,2).

 Por eso, los sabios de aquélla, viviendo según el hombre, han buscado los bienes de su cuerpo o de su espíritu o los de ambos; y pudiendo conocer a Dios, no lo honraron ni le dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus pensamientos, y su necio corazón se oscureció. Pretendiendo ser sabios, exaltándose en su sabiduría por la soberbia que los dominaba, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles (pues llevaron a los pueblos a adorar a semejantes simulacros, o se fueron tras ellos), venerando y dando culto a la criatura en vez de al Creador, que es bendito por siempre (Romanos 1, 21-25).

 En la segunda, en cambio, no hay otra sabiduría en el hombre que una vida religiosa, con la que se honra justamente al verdadero Dios, esperando como premio en la sociedad de los santos, hombres y ángeles, que Dios sea todo en todas las cosas (1ª Corintios 15,28).