jueves, 19 de marzo de 2020

Joseph Ratzinger: San José.

 Fragmentos de la homilía del Cardenal Joseph Ratzinger En Roma, el 19 de marzo de 1992.

(...) San José reacciona así: Aquí tienes a tu siervo. Dispón de mí. Coincide su respuesta con la de Isaías en el instante de recibir el llamamiento: Heme aquí, Señor. Envíame (Is 6,8, en relación con 1 Sam 3,8ss). Esa llamada informará su vida entera en adelante. Pero también hay otro texto de la Escritura que viene aquí a propósito: el anuncio que Jesús hace a Pedro cuando le dice: Te llevarán adonde tú no quieras ir (Jn 21,10). José, con su presteza, lo ha hecho regla de su vida: porque se halla preparado para dejarse conducir, aunque la dirección no sea la que él quiere. Su vida entera es una historia de correspondencias de este tipo. 

 Comenzó con el mensaje del ángel sobre el secreto de la maternidad divina de María, el Misterio de la llegada del Mesías. De improviso, la idea que se había hecho de una vida discreta, sencilla y apacible, resulta trastornada cuando se siente incorporado a la aventura de Dios entre los hombres. Al igual que sucediera en el caso de Moisés ante la zarza ardiente, se ha encontrado cara a cara con un misterio del que le toca ser testigo y copartícipe.

Muy pronto ha de saber lo que ello implica: que el nacimiento del Mesías no podrá suceder en Nazaret. Ha de partir para Belén, que es la ciudad de David; pero tampoco será en ella donde suceda: porque los suyos no le acogieron (Jn 1,11). Apunta ya la hora de la Cruz: porque el Señor ha de nacer en las afueras, en un establo. Luego viene, tras la nueva comunicación del ángel, la salida de Egipto, donde ha de correr la suerte de los sin casa y sin patria: refugiados, extranjeros, desarraigados que buscan un lugar donde instalarse con los suyos.

 Volverá, pero sin que hayan terminado los peligros. Más tarde sufrirá la dolorosa experiencia de los tres días durante los que Jesús está perdido (Lc 2,46), esos tres días que son como un presagio de los que mediarán entre la Cruz y la Resurrección: días en los que el Señor ha desaparecido y se siente su vacío.

- (...) Y morirá por fin José sin haber visto manifestarse la misión de Jesús. En su silencio quedarán sepultados todos sus padecimientos y esperanzas. La vida de este hombre no ha sido la del que, pretendiendo realizarse a sí mismo, busca en sí solamente los recursos que necesita para hacer de su vida lo que quiere. Ha sido el hombre que se niega a sí mismo, que se deja llevar adonde no quería. No ha hecho de su vida cosa propia, sino algo para dar.
No se ha guiado por un plan que hubiera concebido su intelecto, y decidido su voluntad, sino que, respondiendo a los deseos de Dios, ha renunciado a su voluntad para entregarse a la de Otro, la voluntad grandiosa del Altísimo. Pero es exactamente en esta íntegra renuncia de sí mismo donde el hombre se descubre. 

 Porque tal es la verdad: que solamente si sabemos perdernos, si nos damos, podremos encontrarnos. Cuando esto sucede, no es nuestra voluntad quien prevalece, sino ésa del Padre a la que Jesús se sometió: No se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42). Y como entonces se cumple lo que decimos en el Padrenuestro: Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo, es una parte del Cielo lo que hay en la tierra, porque en ésta se hace lo mismo que en el Cielo.

- (...) Fue así la suya una vida marcada por el signo de Abrahán: porque la Historia de Dios entre los hombres, que es la historia de sus elegidos, comienza con la orden que recibiera el padre de la estirpe: Sal de tu tierra para ser un extranjero (Gen 12,1; Heb 9,8ss). Y por haber sido una réplica de la vida de Abrahán, se nos descubre José como una prefiguración de la existencia del cristiano.

sábado, 14 de marzo de 2020

Esperanza en tiempos de coronavirus (COVID-19).

Dios saca bien hasta de las malas situaciones. La crisis del coronavirus puede ser un momento de profundización en las cosas esenciales. Hoy en día la avalancha de estímulos continuos que puede conllevar una mala utilización de las nuevas tecnologías, puede convertirse en una huida de Dios y de nosotros mismos.

Ya se están produciendo cosas positivas como podemos ver en la solidaridad social, muchas personas se están volcando en ayudar a los más necesitados. Esta fraternidad nos es muy necesaria, pero es momento de recordar que no se puede ser hermanos sin un Padre común, nuestro Padre Dios.

Sabemos por las Sagradas Escríturas que Dios no es un ente abstracto, Dios es Persona y como tal tiene sentimientos. Dios no obliga a nadie a que le ame, pero sufre el rechazo de sus hijos. Dios que no puede sufrir, en ese sentido se ha hecho vulnerable por nosotros, ya que el amor siempre puede conllevar el riesgo del rechazo. Y nosotros, especialmente en occidente, que tanto debemos al cristianismo, hemos hechado socialmente a Dios, especialmente en los últimos tres siglos, sobre todo debido a una perniciosa ingeniería social.

No deja de llamar la atención la tristeza de Dios en algunas revelaciones como las apariciones maríanas de Fátima. Los pastorcillos quedaron impactados por la tristeza amorosa que percibieron en Dios.

¿Es esto exagerado? Hagamos un ejercicio de imaginación. Supón que tuvieras capacidad de crear seres libres de la nada a los que amas y la mayoría te ignoran, otros hasta te odian y sólo te quieren una minoría. Y para colmo a menudo se hacen daño entre ellos ¿Cómo te sentirías?

Desde el pecado original, tenemos inoculada una especie de desconfianza hacia Dios, como si no nos fiaramos de someternos a Él. Creo que la mente nos tiende una trampa: como tenemos la sensación lógica de que no queremos sentirnos por debajo de los demás, sino en igualdad de condiciones,  podemos engañarnos a nosotros mismos pensando igual respecto a Dios. Esta idea parte de una falsa premisa, ya que Dios no es un igual, sino el Creador, y al darnos el ser a todos, está por encima de todos. 

Tengamos en cuenta algo que a menudo se nos olvida, y es que nosotros no nos otorgamos a nosotros mismos la existencia. ¿Podemos hacer que nuestro corazón lata a voluntad? ¿Podémos hacer la digestión de la comida a voluntad? Obviamente no, hasta respiramos sin darnos cuenta. ¿Cuál debería ser nuestra actitud? Agradecimiento y humildad hacia el Creador. Por eso a veces se habla de los derechos de Dios, porque efectivamente los tiene. Otra cosa es respetarle, algo que nos ha hecho libres de hacer o no. Pero si no lo hacemos, somos unos ingratos desagradecidos.

Dios es la Santísima Trinidad. Aunque esto es un misterio, podemos entrever muchas cosas. San Juan de la Cruz lo explica muy lúcidamente en sus poesías sobre la Santísima Trinidad, el romance "in principio erat Verbum" os recomiendo que las busquéis y las leáis.


La Trinidad fuera del espacio tiempo esta amándose. El Padre es Padre porque engendra eternamente al Hijo. El Hijo es Hijo porque es eternamente engendrado por el Padre, El Espíritu Santo es el Amor eterno que los une. Tres Personas un sólo Dios. Lo que Dios hace al amarnos es derramar sobre nosotros el Espíritu Santo, introduciéndonos así en el "circuito" trinitario y hacer con nosotros el sueño de crear una gran familia. A nosotros nos toca -en el amor- proyectarnos hacia Dios y proyectarnos hacia el prójimo.

Y este puede ser un buen momento para recordar esta Buena Noticia y proclamarla, porque es una noticia buena, saludable y alegre. ¡No tengámos miedo! Dios es bueno y se entregó por nosotros en el Hijo, Jesucristo, para que si queremos y le hacemos caso vivamos junto con el toda la Eternidad. No podemos ni imaginar la aventura apasionante que nos espera si queremos. Volvamos como humanidad global a nuestro Padre Dios. Seamos optimistas, ayudémonos los unos a los otros y oremos a Dios que nos salvará.

Este es el momento de proclamar: ¡SANTÍSIMA TRINIDAD, EN TI CONFÍO!

IFC