“Cuéntase que el evangelista San Juan acariciaba un ave, y de pronto vio
venir a él un cazador. Este se maravilló que un hombre de tan
extraordinaria reputación se entretuviera en cosas de poco relieve. Y al
preguntarle al cazador por qué actuaba así, San Juan le respondió: ¿Por
qué el arco que tienes en tu mano no lo llevas siempre tenso? El
cazador le dice: porque a fuerza de estar curvado la tensión lo
enervaría y se echaría a perder. Cuando fuera necesario hacer un disparo
más potente contra alguna fiera, el tiro no partirá con la fuerza
necesaria.
Lo mismo sucede con el espíritu –responde San Juan– si no le
concediera un descanso, no obedecería a las exigencias y solicitudes de
los misterios que debo enfrentar con mi mente” (Casiano, Colaciones 24).